Erika Liszt
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Erika Liszt
Erika Liszt
O Ríes, O Lloras
19 años || 22 de Septiembre de 1994 || Trastornos de la Personalidad (Esquizoide) || Grado I || Asexual || Femenino
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Si me lo permites, quisiera apartar un tal vez no demasiado breve espacio de tu tiempo para contarte un poco sobre mí.
Tal vez lo primero sobre lo que debería contarte es mi apariencia, después de todo, la portada de un libro es tal vez aquello más relevante para muchos al momento de formar una impresión, sea esta positiva o negativa. Quisiera excusarme antes de cometer mis imprudencias, pero he de recalcar que la imagen que tengo de mí tal vez no sea la misma que ves, puesto que es imposible determinar apariencias desde distintos ojos. Sin embargo, prometo ser lo más objetiva que me sea posible.
Tal vez lo más relevante de mí es el largo cabello rubio que cae por mis hombros y cubre mi espalda hasta su parte más baja. A su vez es bastante liso, aunque a veces en sus puntas busca con todas sus fuerzas arquearse un poco. No se trata de algo que me disguste en lo absoluto, y de hecho me trae cierta nostalgia puesto que lo he heredado de mi madre de una manera minuciosa, casi perfecta. Si comparásemos dos hebras de nuestros cabellos, probablemente ninguna persona podría diferenciarlos.
Si te fijas un poco más abajo de mi coronilla, tal vez te encuentres con un par de ojos azulados. Ésta vez se lo agradezco a mi padre, ya que los ojos de mi madre son más bien de un tono similar a la miel. No suelo ser una persona demasiado expresiva, por lo que mi mirada rara vez demuestra algo más allá de la neutralidad. A veces les he escuchado decir a los demás que mis ojos son un tanto vacíos, pero yo misma me limitaría a admitir que simplemente son un tanto inexpresivos.
Quienes me escuchan hablar se encuentran con que es difícil escucharme si no se encuentran bastante cerca. No estoy segura del porqué, pero al parecer tengo la manía de hablar bastante bajo. No tengo ningún problema en mis cuerdas vocales, de hecho algunos han afirmado que mi voz es bastante dulce y suave, pero me encuentro tan acostumbrada a hablar bajo que ahora lo hago de manera inconsciente.
Son una chica normal de 19 años. Mi estatura tal vez se encuentra por encima del promedio, sin embargo. Recuerdo que la última vez que me midieron logré alcanzar el metro setenta y dos. A su vez soy de raza blanca, y tal vez el hecho de que prefiero mantenerme quieta en lugares cerrados ha logrado mantener en mi piel una tonalidad pálida. Mi nutrición tal vez no sea ideal pero diría que es más o menos adecuada, por lo que mi peso se encuentra en números saludables. Y ahora...¿debería describirme con más detalle? mi cintura es un tanto pequeña, aunque tal vez mis caderas sean un poco anchas. Mis pechos no son pequeños, aunque tampoco demasiado grandes.
Ahora tal vez sea adecuado relatarte sobre mi comportamiento, o lo que se suele llamar descripción psicológica. Ésto puede llegar a ser complicado, pero haré mi mayor esfuerzo por cubrir cada una de mis dimensiones.
Lo primero que es necesario conocer es que he sido diagnosticada con un trastorno esquizoide de la personalidad. El veredicto es bastante reciente, y he de admitir que escucharlo desde un principio me ha provocado sensaciones agrias. Después de todo, creo que me será difícil adaptarme a considerar mi personalidad no como algo peculiar, sino a algún tipo de error en mi cerebro. Siempre estuve cómoda arrullándome en el silencio, compartiendo conmigo misma y comportándome de manera tranquila, sin embargo ahora que me lo han dicho, tal vez empiezo a darme cuenta de que no soy del todo normal.
Desde que era muy pequeña me he destacado por no destacar, y a pesar de lo contradictorio que pueda parecer, tal vez aquel es el mejor resumen a mi comportamiento. Todos los niños destacan por algo, bien sea por su extroversión, por su inteligencia, por su ternura, su buen humor o su temperamento fuerte. Por otro lado, también los hay que destacan por su gusto a los dulces, a la comida chatarra, a los videojuegos o a los deportes. Yo, por mi parte, jamás fui una niña que tuviese algo bueno o malo por destacar.
Podría decirse que algo que tal vez haga que las personas a mi lado me recuerden es el hecho de que siempre he sido una niña bastante obediente. Sin importar la tarea, el quien, el cuando o el porqué, siempre he estado dispuesta a servir a quien me necesite sin ningún tipo de reproche. No se trata de algún complejo de inferioridad, timidez o necesidad por caer bien a los demás, sino simplemente el hecho de que, ante todo, ayudar es lo que es correcto, y no existe ningún sentimiento de dicha o descontento que ligue mi actuar con alguna petición. Lo hago por el significado del concepto, y no por la manera como yo misma llegue a interpretarlo.
Ahora que deslizo mis palabras en el tema, quisiera ahondar en el mismo. Es muy rara la situación, el objeto o la persona que sea capaz de alejarme de mi constante estado de estoicismo. Las personas más cercanas a mí pueden afirmar sin temor a equivocarse que jamás he esbozado una sonrisa verdadera pero, a su vez, tampoco podrían ser capaces de recalcar el sonido de mi llanto o la intensidad de mis reproches. Mis sentimientos son bastante aplanados, tal vez inexistentes, aunque me gustaría llegar a creer que más que no ser capaz de sentir, lo que ocurre es que no sé interpretar bien mis reacciones.
Hay muchas cosas que me cuesta bastante entender, como la fascinación por las relaciones interpersonales, los hobbies, los miedos o incluso los sueños, puesto que puedo afirmar sin duda alguna que no conozco el verdadero significado del deseo, la ambición o la pasión. A veces observo a las personas con lo que podría llamarse curiosidad (lo más cercano que tengo para emular el deseo) y con ello tal vez me capacito para más o menos entender lo que podría llegar a ser el verdadero sentir, sin embargo a veces me encuentro sumida en la ¿desesperanza? de tal vez nunca poder experimentar las emociones en carne propia.
Mi infancia jamás fue accidentada. Mis padres me trataban bien, y mis compañeros de instituto eran respetuosos. A veces algunos terapeutas preguntan sobre mi comportamiento y en ocasiones lo ligan a algún tipo de inseguridad o temor por revelar mis pensamientos o personalidad a las personas que me rodean. No podría estar segura del todo, pero diría que aquello no es cierto, y si lo es, mi deseo por ocultar mis sentimientos ha sido tan fuerte que incluso he logrado ocultarlos de mi propio ser. Hablando con honestidad, no importa la ternura que algunos hayan tenido para conmigo, yo jamás he sido consciente del significado del cariño; no importa la agresividad en las palabras de otros, yo no he sido capaz de captar la idea del enojo o del miedo; y no importan las tragedias a mi alrededor, yo no he logrado rozar con mis dedos el significado de la melancolía.
Algunos dicen que mi estoicismo casi ideal es algún tipo de mi bendición. No me atrevo a negarlos, pero tampoco quisiera llegar a afirmar sus pensamientos. Soy consciente de que me he salvado de sentimientos como el dolor y al frustración, que tanto afectan e incluso incapacitan a algunas personas, sin embargo sé muy bien a la vez que existen una infinidad de amigos que he perdido por mi indiferencia, experiencias que he desperdiciado por mi seriedad, habilidades que he ignorado por mi falta de motivación, y sueños que he enterrado antes de conocer por mi falta de pasión.
Tal vez el único vestigio que me asemeja a la humanidad, es mi un tanto inesperada curiosidad.
¿Ya te has cansado de mi relato? No te preocupes. Si lo deseas, podemos dejar nuestro encuentro hasta aquí. Lo que te parezca más cómodo. Por otro lado puedo continuar contándote un poco más si lo deseas, no tengo ningún problema en hacerlo.
Tal vez lo que me resta por comentar es el trasfondo histórico que envuelve mi vida, que me ha forjado como mujer y me ha llevado al asilo en el que me encuentro.
Nací el 22 de Septiembre de 1994 en Viena, Austria. Mis padres siempre han sido unas personas de amabilidad innegable. Recuerdo muy bien sus dulces palabras, el cómo me consideraban un regalo de dios, un ángel, una niña modelo. Siempre tranquila, servicial, centrada en sus estudios y con pocas ambiciones, mis padres siempre se regocijaron con contar con una flemática hija obediente, que más que a un ser humano, más se asemejaba a algún tipo de muñeca o robot. Aún ahora lamento no haber tenido la empatía suficiente para apreciar cada una de sus endulzadas palabras, las cuales sin duda alguna nacían del fondo de sus almas.
Mi padre es un dedicado empresario. Gracias a ello, podría decirse que siempre conté con una vida bastante acomodada. Mi madre, por su parte, es una ingeniera sumamente inteligente, pero quien infortunadamente contaba con demasiado trabajo. A veces ella lloraba, tenía algunos ataques de ansiedad e, infortunadamente, jamás fui capaz de consolarla. Ruego en algún momento seas capaz de perdonarme, mamá.
Sin embargo, a pesar del estrés de su trabajo y el hecho de que rara vez nos encontrábamos juntos, mis padres siempre procuraron darme todo lo que necesitara, así como dedicarme toda su atención y cariño cuando les era posible. Siempre fueron unos buenos padres, siempre buscaron lo mejor para toda la familia. Yo, por mi parte, siempre viví envuelta en el velo del estoicismo y el desgano, y aunque siempre fui una buena niña, lo fui simplemente por hacer lo que mis principios me indicaban que era lo correcto, puesto que jamás existió algún tipo de fuerza que forjara mi andar. Ésto no se hizo evidente sino hasta unos cuantos años después.
Cuando cumplí los 13 años mis padres y yo nos mudamos a Edimburgo, Escocia. Fue una decisión un tanto apresurada, pero la presión y necesidad de expansión de la empresa de mi padre nos llevó a la inevitable necesidad de cambiar nuestro hogar. Allí conocía a una singular persona que marcó mi vida casi desde el inicio de mi adolescencia. Su nombre es Frederick, y a partir de este instante él se convertirá en un importante protagonista de mi relato.
En este momento yo soy una persona bastante independiente. Me he forjado de esta manera al pasar los años. Sin embargo, los años que compartí con Frederick son años en donde tal vez viví algún tipo de terapia ante mi aún no descubierta condición. Y es que él era un niño un tanto especial, quien dependía de mí de más maneras de las que era capaz de recalcar.
Lo primero que noté en él era su ávido interés por el cariño, sin importar quién fuese el emisor. Él buscaba desesperadamente llamar la atención, ser reconocido y querido. Cuando me acerqué a él la primera vez no tuve la menor idea sobre cómo actuar frente a él, puesto que ese deseo de cariño era algo que estaba segura jamás iba a ser la persona adecuada para brindarle. Se lo mencioné una, dos, tres veces cuidando hacerme entender de la mejor manera, sin embargo, y para mi sorpresa, él siempre buscó estar a mi lado.
Él siempre decía que yo era como una muñeca. Jamás le hablé demasiado, pero siempre me detuve a su lado para escucharle. Él me hablaba sobre cosas aleatorias, cosas importantes, dulces y tristes, y aunque yo nunca tenía mucho material para responderle, él lo hacía de todos modos. Decía que mi silencio le hacía sentir cómodo, y que le gustaba hablarme porque estaba seguro de que no le juzgaría. No sé hasta qué punto estaba en lo correcto.
Mientras el tiempo pasaba comencé a darme cuenta de que Frederick se encontraba atado emocionalmente a mí, y aunque su autoestima y empatía habían subido, me atrevo a decir que aquello podría venirse abajo si llegaba a alejarme de él. Él llegó a apoyarse en exceso en mí y, sin esperarlo, pronto comencé yo misma a depender de él.
Éramos un buen equipo, nos defendíamos mutuamente, nos apoyábamos, y aunque vivíamos en mundos distintos, siempre procuramos hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para lograr comprendernos. Llegó un momento en el que prácticamente éramos uno solo, capaces de llamarnos al mismo tiempo, o de adivinar nuestros pensamientos.
Y cuando él se fue, comprendí que realmente le necesitaba.
Cuando él se fue de mi vida conocí por primera vez la sensación del vacío. No me sentí verdaderamente triste, sin embargo, sí sentí algo similar a lo que siente una persona cuando se encuentra por su cuenta y en perfecto silencio en una habitación bastante grande. Me sentí pequeña, como si me faltase algo y, hasta ahora, esa sensación perdura en mi alma. Me atrevo a decir que Frederick era eso, una pieza de mi alma.
Hace poco un antiguo asilo clausurado abrió sus puertas nuevamente. Mis padres con el tiempo comenzaron a preocuparse porque yo era una adolescente particular, sin deseos, gustos, disgustos o aspiraciones. Ellos trataron de animarme a probar actividades, por lo que durante algunos años me involucraron en clases de arte, música e incluso algunos deportes, a pesar de que al poco tiempo terminaba abandonándolos. No había ninguna actividad que me gustase, infortunadamente, y a medida que pasaban los años el hecho agudizaba más y más la preocupación de mis padres. Cuando Frederick se fue, ellos finalmente accedieron a llevarme a aquel lugar.
Lo último que recuerdo antes de pisar por primera vez Asylum Madness es el rostro de mi madre cubierto de lágrimas, así como el descontento en la expresión de mi padre. Ellos me llamaron discapacitada, peligrosa. Siempre fui una niña callada y obediente, por lo que esa afirmación me confundió un poco. Aunque...tal vez tengan algo de razón. Cuando Frederick se fue, lo hizo de una manera inesperada, de pronto lo perdí, de pronto lo dejé ir. No fui capaz de ayudarle y, ahora, debo admitir que lo extraño. A mis padres los extraño también, pero ellos siempre me han tratado con cariño, y sé muy bien que si ha sido decisión de ellos el traerme aquí, tal vez ésto sea lo mejor para mí. Mientras ellos estén cómodos, yo lo estaré también.
"Este es el tercer reporte que hago sobre Erika Liszt, de 19 años. Hace aproximadamente 15 meses le fue diagnosticado un trastorno esquizoide de la personalidad, sin embargo, al llegar a su adultez comenzó a desarrollar síntomas relacionados con la psicosis. Lo más llamativo de su caso son sus esporádicos pero alarmantes lapsos de catatonia, en donde podía pasar una larga cantidad de horas estática en un mismo lugar y posición, a veces incluso sin parpadear.
Cuando se busca que describa su historia en sus propias palabras, tiende a extenderse de maneras sutiles pero innecesarias, sin embargo, siempre llega al tema de Frederick. Ella reconoce bien su historia con él, reconoce su amistad, pero no reconoce las verdaderas razones de su muerte. No reconoce que fue ella misma quien le asesinó. Su cuadro clínico parece indicar inicios de una posible esquizofrenia catatónica, sin embargo sin un adecuado diagnóstico solo podemos internarla bajo la clasificación de su trastorno esquizoide. Eso es, hasta que seamos capaces de hacer un diagnóstico adecuado.
A grandes rasgos podemos resumir a la paciente en unas cuantas descripciones.
Su lugar de nacimiento es Viena, Austria, sin embargo hace aproximadamente seis años se encuentran viviendo en la localidad. Es una joven mujer soltera, quien aún no había iniciado su carrera universitaria. Cuando se cuestiona sobre sus gustos, disgustos y aficiones nos encontramos con que no parece reconocer qué actividades le llaman la atención o, por el contrario, le desagradan. Ésto no es sorpresivo, puesto que en el tiempo que ha pasado en el asilo, no se le ha visto realizar ningún tipo de actividad concreta. Su historia clínica no indica ningún tipo de enfermedad física a considerar, sin embargo se cuestiona sobre la posibilidad de sufrir esquizofrenia catatónica, o algún otro tipo de psicosis.
La descripción de los padres gira entorno a sus virtudes y defectos. En sus propias palabras siempre consideraron a su hija una mujer correcta, con principios y valores firmemente estructurados y un adecuado sentido de la justicia. La consideran una mujer tranquila, humilde, honrada, honesta y algo inocente, por lo que es de esperarse que sus repentinos trastornos psicóticos hayan sido bastante alarmantes en su hogar. No creen que el asesinato haya sido algo nacido a partir de su consciencia, pero ello indica que a grandes rasgos consideran a su hija como una persona incapacitada, inconsciente, incapaz de llevarse por sí misma. Por otro lado hablan con nostalgia sobre su falta de empatía, su incapacidad para evidenciar emociones y carecer de aspiraciones. Hablan de una mujer que a veces se asemeja más a un robot, aplanada sentimentalmente y a veces irresponsable de sus actos (como el caso Frederick, el más extremo).
La paciente no muestra signos de psicosis frecuente, y fuera de ella es una persona bastante pasiva y cooperadora. Por el momento se le asignará seguridad correspondiente a un grado I, sin embargo se marcará en su historia clínica la necesidad por constante observación de parte del personal."
Tal vez lo primero sobre lo que debería contarte es mi apariencia, después de todo, la portada de un libro es tal vez aquello más relevante para muchos al momento de formar una impresión, sea esta positiva o negativa. Quisiera excusarme antes de cometer mis imprudencias, pero he de recalcar que la imagen que tengo de mí tal vez no sea la misma que ves, puesto que es imposible determinar apariencias desde distintos ojos. Sin embargo, prometo ser lo más objetiva que me sea posible.
Tal vez lo más relevante de mí es el largo cabello rubio que cae por mis hombros y cubre mi espalda hasta su parte más baja. A su vez es bastante liso, aunque a veces en sus puntas busca con todas sus fuerzas arquearse un poco. No se trata de algo que me disguste en lo absoluto, y de hecho me trae cierta nostalgia puesto que lo he heredado de mi madre de una manera minuciosa, casi perfecta. Si comparásemos dos hebras de nuestros cabellos, probablemente ninguna persona podría diferenciarlos.
Si te fijas un poco más abajo de mi coronilla, tal vez te encuentres con un par de ojos azulados. Ésta vez se lo agradezco a mi padre, ya que los ojos de mi madre son más bien de un tono similar a la miel. No suelo ser una persona demasiado expresiva, por lo que mi mirada rara vez demuestra algo más allá de la neutralidad. A veces les he escuchado decir a los demás que mis ojos son un tanto vacíos, pero yo misma me limitaría a admitir que simplemente son un tanto inexpresivos.
Quienes me escuchan hablar se encuentran con que es difícil escucharme si no se encuentran bastante cerca. No estoy segura del porqué, pero al parecer tengo la manía de hablar bastante bajo. No tengo ningún problema en mis cuerdas vocales, de hecho algunos han afirmado que mi voz es bastante dulce y suave, pero me encuentro tan acostumbrada a hablar bajo que ahora lo hago de manera inconsciente.
Son una chica normal de 19 años. Mi estatura tal vez se encuentra por encima del promedio, sin embargo. Recuerdo que la última vez que me midieron logré alcanzar el metro setenta y dos. A su vez soy de raza blanca, y tal vez el hecho de que prefiero mantenerme quieta en lugares cerrados ha logrado mantener en mi piel una tonalidad pálida. Mi nutrición tal vez no sea ideal pero diría que es más o menos adecuada, por lo que mi peso se encuentra en números saludables. Y ahora...¿debería describirme con más detalle? mi cintura es un tanto pequeña, aunque tal vez mis caderas sean un poco anchas. Mis pechos no son pequeños, aunque tampoco demasiado grandes.
Ahora tal vez sea adecuado relatarte sobre mi comportamiento, o lo que se suele llamar descripción psicológica. Ésto puede llegar a ser complicado, pero haré mi mayor esfuerzo por cubrir cada una de mis dimensiones.
Lo primero que es necesario conocer es que he sido diagnosticada con un trastorno esquizoide de la personalidad. El veredicto es bastante reciente, y he de admitir que escucharlo desde un principio me ha provocado sensaciones agrias. Después de todo, creo que me será difícil adaptarme a considerar mi personalidad no como algo peculiar, sino a algún tipo de error en mi cerebro. Siempre estuve cómoda arrullándome en el silencio, compartiendo conmigo misma y comportándome de manera tranquila, sin embargo ahora que me lo han dicho, tal vez empiezo a darme cuenta de que no soy del todo normal.
Desde que era muy pequeña me he destacado por no destacar, y a pesar de lo contradictorio que pueda parecer, tal vez aquel es el mejor resumen a mi comportamiento. Todos los niños destacan por algo, bien sea por su extroversión, por su inteligencia, por su ternura, su buen humor o su temperamento fuerte. Por otro lado, también los hay que destacan por su gusto a los dulces, a la comida chatarra, a los videojuegos o a los deportes. Yo, por mi parte, jamás fui una niña que tuviese algo bueno o malo por destacar.
Podría decirse que algo que tal vez haga que las personas a mi lado me recuerden es el hecho de que siempre he sido una niña bastante obediente. Sin importar la tarea, el quien, el cuando o el porqué, siempre he estado dispuesta a servir a quien me necesite sin ningún tipo de reproche. No se trata de algún complejo de inferioridad, timidez o necesidad por caer bien a los demás, sino simplemente el hecho de que, ante todo, ayudar es lo que es correcto, y no existe ningún sentimiento de dicha o descontento que ligue mi actuar con alguna petición. Lo hago por el significado del concepto, y no por la manera como yo misma llegue a interpretarlo.
Ahora que deslizo mis palabras en el tema, quisiera ahondar en el mismo. Es muy rara la situación, el objeto o la persona que sea capaz de alejarme de mi constante estado de estoicismo. Las personas más cercanas a mí pueden afirmar sin temor a equivocarse que jamás he esbozado una sonrisa verdadera pero, a su vez, tampoco podrían ser capaces de recalcar el sonido de mi llanto o la intensidad de mis reproches. Mis sentimientos son bastante aplanados, tal vez inexistentes, aunque me gustaría llegar a creer que más que no ser capaz de sentir, lo que ocurre es que no sé interpretar bien mis reacciones.
Hay muchas cosas que me cuesta bastante entender, como la fascinación por las relaciones interpersonales, los hobbies, los miedos o incluso los sueños, puesto que puedo afirmar sin duda alguna que no conozco el verdadero significado del deseo, la ambición o la pasión. A veces observo a las personas con lo que podría llamarse curiosidad (lo más cercano que tengo para emular el deseo) y con ello tal vez me capacito para más o menos entender lo que podría llegar a ser el verdadero sentir, sin embargo a veces me encuentro sumida en la ¿desesperanza? de tal vez nunca poder experimentar las emociones en carne propia.
Mi infancia jamás fue accidentada. Mis padres me trataban bien, y mis compañeros de instituto eran respetuosos. A veces algunos terapeutas preguntan sobre mi comportamiento y en ocasiones lo ligan a algún tipo de inseguridad o temor por revelar mis pensamientos o personalidad a las personas que me rodean. No podría estar segura del todo, pero diría que aquello no es cierto, y si lo es, mi deseo por ocultar mis sentimientos ha sido tan fuerte que incluso he logrado ocultarlos de mi propio ser. Hablando con honestidad, no importa la ternura que algunos hayan tenido para conmigo, yo jamás he sido consciente del significado del cariño; no importa la agresividad en las palabras de otros, yo no he sido capaz de captar la idea del enojo o del miedo; y no importan las tragedias a mi alrededor, yo no he logrado rozar con mis dedos el significado de la melancolía.
Algunos dicen que mi estoicismo casi ideal es algún tipo de mi bendición. No me atrevo a negarlos, pero tampoco quisiera llegar a afirmar sus pensamientos. Soy consciente de que me he salvado de sentimientos como el dolor y al frustración, que tanto afectan e incluso incapacitan a algunas personas, sin embargo sé muy bien a la vez que existen una infinidad de amigos que he perdido por mi indiferencia, experiencias que he desperdiciado por mi seriedad, habilidades que he ignorado por mi falta de motivación, y sueños que he enterrado antes de conocer por mi falta de pasión.
Tal vez el único vestigio que me asemeja a la humanidad, es mi un tanto inesperada curiosidad.
¿Ya te has cansado de mi relato? No te preocupes. Si lo deseas, podemos dejar nuestro encuentro hasta aquí. Lo que te parezca más cómodo. Por otro lado puedo continuar contándote un poco más si lo deseas, no tengo ningún problema en hacerlo.
Tal vez lo que me resta por comentar es el trasfondo histórico que envuelve mi vida, que me ha forjado como mujer y me ha llevado al asilo en el que me encuentro.
Nací el 22 de Septiembre de 1994 en Viena, Austria. Mis padres siempre han sido unas personas de amabilidad innegable. Recuerdo muy bien sus dulces palabras, el cómo me consideraban un regalo de dios, un ángel, una niña modelo. Siempre tranquila, servicial, centrada en sus estudios y con pocas ambiciones, mis padres siempre se regocijaron con contar con una flemática hija obediente, que más que a un ser humano, más se asemejaba a algún tipo de muñeca o robot. Aún ahora lamento no haber tenido la empatía suficiente para apreciar cada una de sus endulzadas palabras, las cuales sin duda alguna nacían del fondo de sus almas.
Mi padre es un dedicado empresario. Gracias a ello, podría decirse que siempre conté con una vida bastante acomodada. Mi madre, por su parte, es una ingeniera sumamente inteligente, pero quien infortunadamente contaba con demasiado trabajo. A veces ella lloraba, tenía algunos ataques de ansiedad e, infortunadamente, jamás fui capaz de consolarla. Ruego en algún momento seas capaz de perdonarme, mamá.
Sin embargo, a pesar del estrés de su trabajo y el hecho de que rara vez nos encontrábamos juntos, mis padres siempre procuraron darme todo lo que necesitara, así como dedicarme toda su atención y cariño cuando les era posible. Siempre fueron unos buenos padres, siempre buscaron lo mejor para toda la familia. Yo, por mi parte, siempre viví envuelta en el velo del estoicismo y el desgano, y aunque siempre fui una buena niña, lo fui simplemente por hacer lo que mis principios me indicaban que era lo correcto, puesto que jamás existió algún tipo de fuerza que forjara mi andar. Ésto no se hizo evidente sino hasta unos cuantos años después.
Cuando cumplí los 13 años mis padres y yo nos mudamos a Edimburgo, Escocia. Fue una decisión un tanto apresurada, pero la presión y necesidad de expansión de la empresa de mi padre nos llevó a la inevitable necesidad de cambiar nuestro hogar. Allí conocía a una singular persona que marcó mi vida casi desde el inicio de mi adolescencia. Su nombre es Frederick, y a partir de este instante él se convertirá en un importante protagonista de mi relato.
En este momento yo soy una persona bastante independiente. Me he forjado de esta manera al pasar los años. Sin embargo, los años que compartí con Frederick son años en donde tal vez viví algún tipo de terapia ante mi aún no descubierta condición. Y es que él era un niño un tanto especial, quien dependía de mí de más maneras de las que era capaz de recalcar.
Lo primero que noté en él era su ávido interés por el cariño, sin importar quién fuese el emisor. Él buscaba desesperadamente llamar la atención, ser reconocido y querido. Cuando me acerqué a él la primera vez no tuve la menor idea sobre cómo actuar frente a él, puesto que ese deseo de cariño era algo que estaba segura jamás iba a ser la persona adecuada para brindarle. Se lo mencioné una, dos, tres veces cuidando hacerme entender de la mejor manera, sin embargo, y para mi sorpresa, él siempre buscó estar a mi lado.
Él siempre decía que yo era como una muñeca. Jamás le hablé demasiado, pero siempre me detuve a su lado para escucharle. Él me hablaba sobre cosas aleatorias, cosas importantes, dulces y tristes, y aunque yo nunca tenía mucho material para responderle, él lo hacía de todos modos. Decía que mi silencio le hacía sentir cómodo, y que le gustaba hablarme porque estaba seguro de que no le juzgaría. No sé hasta qué punto estaba en lo correcto.
Mientras el tiempo pasaba comencé a darme cuenta de que Frederick se encontraba atado emocionalmente a mí, y aunque su autoestima y empatía habían subido, me atrevo a decir que aquello podría venirse abajo si llegaba a alejarme de él. Él llegó a apoyarse en exceso en mí y, sin esperarlo, pronto comencé yo misma a depender de él.
Éramos un buen equipo, nos defendíamos mutuamente, nos apoyábamos, y aunque vivíamos en mundos distintos, siempre procuramos hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para lograr comprendernos. Llegó un momento en el que prácticamente éramos uno solo, capaces de llamarnos al mismo tiempo, o de adivinar nuestros pensamientos.
Y cuando él se fue, comprendí que realmente le necesitaba.
Cuando él se fue de mi vida conocí por primera vez la sensación del vacío. No me sentí verdaderamente triste, sin embargo, sí sentí algo similar a lo que siente una persona cuando se encuentra por su cuenta y en perfecto silencio en una habitación bastante grande. Me sentí pequeña, como si me faltase algo y, hasta ahora, esa sensación perdura en mi alma. Me atrevo a decir que Frederick era eso, una pieza de mi alma.
Hace poco un antiguo asilo clausurado abrió sus puertas nuevamente. Mis padres con el tiempo comenzaron a preocuparse porque yo era una adolescente particular, sin deseos, gustos, disgustos o aspiraciones. Ellos trataron de animarme a probar actividades, por lo que durante algunos años me involucraron en clases de arte, música e incluso algunos deportes, a pesar de que al poco tiempo terminaba abandonándolos. No había ninguna actividad que me gustase, infortunadamente, y a medida que pasaban los años el hecho agudizaba más y más la preocupación de mis padres. Cuando Frederick se fue, ellos finalmente accedieron a llevarme a aquel lugar.
Lo último que recuerdo antes de pisar por primera vez Asylum Madness es el rostro de mi madre cubierto de lágrimas, así como el descontento en la expresión de mi padre. Ellos me llamaron discapacitada, peligrosa. Siempre fui una niña callada y obediente, por lo que esa afirmación me confundió un poco. Aunque...tal vez tengan algo de razón. Cuando Frederick se fue, lo hizo de una manera inesperada, de pronto lo perdí, de pronto lo dejé ir. No fui capaz de ayudarle y, ahora, debo admitir que lo extraño. A mis padres los extraño también, pero ellos siempre me han tratado con cariño, y sé muy bien que si ha sido decisión de ellos el traerme aquí, tal vez ésto sea lo mejor para mí. Mientras ellos estén cómodos, yo lo estaré también.
"Este es el tercer reporte que hago sobre Erika Liszt, de 19 años. Hace aproximadamente 15 meses le fue diagnosticado un trastorno esquizoide de la personalidad, sin embargo, al llegar a su adultez comenzó a desarrollar síntomas relacionados con la psicosis. Lo más llamativo de su caso son sus esporádicos pero alarmantes lapsos de catatonia, en donde podía pasar una larga cantidad de horas estática en un mismo lugar y posición, a veces incluso sin parpadear.
Cuando se busca que describa su historia en sus propias palabras, tiende a extenderse de maneras sutiles pero innecesarias, sin embargo, siempre llega al tema de Frederick. Ella reconoce bien su historia con él, reconoce su amistad, pero no reconoce las verdaderas razones de su muerte. No reconoce que fue ella misma quien le asesinó. Su cuadro clínico parece indicar inicios de una posible esquizofrenia catatónica, sin embargo sin un adecuado diagnóstico solo podemos internarla bajo la clasificación de su trastorno esquizoide. Eso es, hasta que seamos capaces de hacer un diagnóstico adecuado.
A grandes rasgos podemos resumir a la paciente en unas cuantas descripciones.
Su lugar de nacimiento es Viena, Austria, sin embargo hace aproximadamente seis años se encuentran viviendo en la localidad. Es una joven mujer soltera, quien aún no había iniciado su carrera universitaria. Cuando se cuestiona sobre sus gustos, disgustos y aficiones nos encontramos con que no parece reconocer qué actividades le llaman la atención o, por el contrario, le desagradan. Ésto no es sorpresivo, puesto que en el tiempo que ha pasado en el asilo, no se le ha visto realizar ningún tipo de actividad concreta. Su historia clínica no indica ningún tipo de enfermedad física a considerar, sin embargo se cuestiona sobre la posibilidad de sufrir esquizofrenia catatónica, o algún otro tipo de psicosis.
La descripción de los padres gira entorno a sus virtudes y defectos. En sus propias palabras siempre consideraron a su hija una mujer correcta, con principios y valores firmemente estructurados y un adecuado sentido de la justicia. La consideran una mujer tranquila, humilde, honrada, honesta y algo inocente, por lo que es de esperarse que sus repentinos trastornos psicóticos hayan sido bastante alarmantes en su hogar. No creen que el asesinato haya sido algo nacido a partir de su consciencia, pero ello indica que a grandes rasgos consideran a su hija como una persona incapacitada, inconsciente, incapaz de llevarse por sí misma. Por otro lado hablan con nostalgia sobre su falta de empatía, su incapacidad para evidenciar emociones y carecer de aspiraciones. Hablan de una mujer que a veces se asemeja más a un robot, aplanada sentimentalmente y a veces irresponsable de sus actos (como el caso Frederick, el más extremo).
La paciente no muestra signos de psicosis frecuente, y fuera de ella es una persona bastante pasiva y cooperadora. Por el momento se le asignará seguridad correspondiente a un grado I, sin embargo se marcará en su historia clínica la necesidad por constante observación de parte del personal."
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Última edición por Erika Liszt el Lun Ene 20, 2014 8:16 am, editado 3 veces
Erika Liszt- Mensajes : 9
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Re: Erika Liszt
Cuando termines vuelves a postear para saber que tu ficha ya ah sido TERMINADA
Lizbeth B. Heart- Empleado
- Mensajes : 57
Re: Erika Liszt
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